Continuamos con la recopilación de algunos de los relatos finalistas de nuestro I Certamen literario "Pequeño Tolkien". Su autor es Álvaro Martín del I.E.S. "Sierra del Valle", La Adrada (Ávila).

 

EL RECUERDO DE LOS HÉROES

 

El filo de la hoja de sombras.


Era un cálido día de verano en el décimo año de la Edad de las Guerras (de la sangre), un tiempo oscuro marcado por las miles de batallas acontecidas en los diez años siguientes a la muerte del Rey de las Sombras, aquel que signó su reinado con sangre, miedo y desesperación. Aquel hombre forjó, en la más profunda sima del mundo, un arma, la Hoja de las Sombras, una gran espada creada con todo el odio y el terror de los caídos en combate contra el temible Ejército Oscuro, formado por abominaciones creadas con magia negra que portaban con armaduras y espadas tan negras como su corazón y tan frías como la mano de la muerte.
Todos temían a este gran ejército. Las ciudades de los hombres, despobladas, quedaron en manos de orcos, trasgos y trolls, monstruos que antaño fueron seres humanos y hoy veían su carne convertida en pestilente amasijo informe y su voluntad sometida a su amo y señor.
Hombres, elfos y enanos, que siempre habían convivido en paz, no tuvieron más remedio que plantar batalla, una batalla que decidiría el destino del Mundo. La batalla, que fue recordada como la de las Mil Noches, se libró durante quinientas eternas en las que las hordas del Ejército Oscuro, liderados por el rey Morgadon y los Diez Mortuos doblaban en efectivos al de los Seres Libres de la Luz del Sol. Todo parecía perdido para ellos hasta que un pequeño grupo de hombres, elfos y enanos cambiaron el curso de la contienda.
Al sentir la humillación, el rey blandió la Hoja de Sombras y se puso a la cabeza, y su figura imponente causó el terror y más al ver a su lado al bellísimo y malvado Elfo Oscuro, cuyos imponentes cabellos repelían la sangre de sus enemigos que apenas podían defenderse de la destreza de sus envites.
Sólo el pequeño grupo de valientes no retrocedió. Lo componía un regio soldado con los brazos llenos de cicatrices y una espada de negra empuñadura y hoja gris ceniza con un grabado élfico; el enano era alto para su raza y portaba un hacha roja como la sangre y los nuñoz, de los que apenas quedaban supervivientes y además sufrieron la deserción de tres de ellos, corrompidos por el poder del rey, lo que marcó un antes y un después en la batalla y en la historia del mundo. Los nuñoz peleaban entre ellos, mientras los demás atacaban al rey Morgadon. Sus esfuerzos fueron grandes pero en vano, pues no había espada que pudiera aguantar el poder de la Hoja de las Sombras y penetrar la armadura del rey. De los tres nuñoz traidores, solo sobrevivía uno que recibió una espada maldita de manos del mismísimo Morgadon y que, automáticamente, lo convirtió en Mortuo.Éste, lleno de ira, diezmó a los nuñoz restantes pero uno consiguió salvarse y, convirtiendo su pena en valor, atacó al vil traidor haciendo que retrocediera a una grieta donde consiguió atraparlo. Después buscó con la mirada al terrible rey, que había cercado a tres nuñoz que agotados, esperaban la decapitación a manos de Morgade. Cuando la Hoja de Sombras estaba a punto de segar el cuello, el nuñoz, con todas sus fuerzas se precipitó sobre el rey y consiguió desestabilizarlo. Al ver esto, los otros tres, haciendo fuerza de frustración, atacaron el cuerpo caído del rey y consiguieron arrancarle el yelmo. Sus melladas armas cayeron una y otra vez sobre el malvado rostro, hasta que el cráneo crujió y comprendieron que la muerte había derrotado al Rey Morgadon cuando la luz del sol inundó el campo de batalla.
Levantaron los ojos al cielo y, orgullosos, gritaron la palabra ¡Victoria!
Pero el valiente nuñoz no se levantaba del suelo.
― ¿Qué te ocurre, amigo? ―preguntó el Hombre.
― Su sangre ha entrado en mi cuerpo uniéndose a la mía. Estoy envenenado.
― Es polotivo, un veneno que solo la Gran Araña Ercotil produce. Si sobrevive se convertirá en mortuo― comentó el elfo.
― ¿Cuál es tu nombre, amigo― preguntó el elfo.
― Álaron. ¿Y los vuestros?
― Yo soy Ankaros el Negro― contestó el humano.
― Mi nombre es Kataron del Bosque― se presentó el elfo.
― El mío es Durinos, señor de las Montañas― fue la respuesta del enano.
― Os pido que llevéis esta carta, este collar y mi espada al niño representado en este retrato― dijo Álaron y, sin dar tiempo a que los demás reaccionaran, tomó la Hoja de Sombra del cadáver del Rey y la clavó en su pecho, con tanta fuerza y determinación que al sacarla, estaba rota en cuatro fragmentos.
Con esos cuatro fragmentos se forjaron otras cuatro armas: una espada élfica para Kataron, filosa y ligera, la mejor de todas las creadas por su raza; un hacha para Durinos, capaz de quebrar cualquier armadura; una espada larga para Ankaros capaz de quebrar cualquier otra fuera de humano, elfo, orco, mortuo o rey y, finalmente, una daga para que acompañara al cuerpo de Álaros en su tumba, para toda la eternidad.
Álaros recibió sepultura en la Sala de los Héroes de la capital del reino. Su tumba custodiaba la única entrada al Bosque Dorado, patria de los elfos, y a las Montañas, reino de los enanos. Tras la ceremonia del entierro, los tres compañeros decidieron cumplir la última voluntad del héroe y enviar el legado al niño del retrato.
Y ahí es donde yo entro en la historia. Mi nombre es Balaros y soy el último descendiente vivo de Álaros. Soy su sobrino y jamás, jamás, pensé que mi vida quedaría marcada por el viaje que estaba a punto de emprender.

 

La prometida


Había encontrado la carta de mi tío entre las hojas de mi diario. No recordaba muy bien cómo había llegado allí, pero en ella decía que, al cumplir los dieciocho años, debería acercarme a su casa y buscar entre las tablas del suelo una con una X tallada y cogiera cuanto encontrara en su interior. Habían pasado dos años de aquel cumpleaños: a los dieciocho estaba aún aprendiendo a usar espada y arco; a los diecinueve, Andara, mi prometida, me había convencido para que usara mis habilidades guerreras para formar parte de la guardia personal de su padre y en éste, a mis veinte años, cabalgo a la ciudad al enterarme que mi prometida y su familia habían sido condenados a morir en la horca. En mi bolso la prueba que la exculpa: ella es inocente pero saberlo le hará preguntarse quién era durante toda su vida.
Llegué tarde para sus padres, no así para ella y su pequeña hermana de nueve años. Andara ya tenía la soga al cuello, pero una flecha certera salida de mi arco cercenó la soga y concentró toda la atención sobre mí. Era lo que yo esperaba. Saqué de mi bolsa el documento que atestiguaba que los presuntos padres de Andara sólo habían tenido hijos varones. Tres que murieron al lado de mi tío. Al examinar el manuscrito, los consejeros del Señor las dejaron libres pues su sangre jamás fue manchada por el delito que costó la vida a los que hasta ese momento llamaban “padres”.
Como había previsto, Andara decidió buscar sus orígenes. Comenzamos buscando entre los legajos durante horas, durante días. Hasta que encontramos un texto en el que estaban escritas las siguientes palabras: “Desconocemos el nombre de aquellos que nos entregaron a la que hoy es nuestra hija, pero sospechamos que podrían residir en alguno de los tres reinos Renaros. Ayer, día treinta del segundo mes del año cien de la Edad del Frio, encontré unas palabras en el anillo que ella llevaba colgado de su cuello. Los signos pertenecían al idioma renaro y no sabría decir qué significan, pero el anillo es de oro fenizo, un material escasísimo al que solo tienen acceso los reyes soldados y los nobles de más alto rango. Solo ellos pueden permitirse la creación de una joya con tal material.”
Llamé a mi prometida que no tardó en acudir. Ella me conminó a buscar un libro que contenía el alfabeto renaro. Yo sabía dónde encontrarlo, pues me había topado con él en uno de los arcones de su padre que había examinado buscando pistas.
No fue sencillo pero al final conseguimos descifrar el texto. Decía: “Hija de la noche, reina del día, heredera de los reinos…” Esas palabras se correspondían a una profecía que decía que sólo una hija de los renegados desterrada podía devolver la luz al corazón de los reyes. En el libro indicaba que solo podía ser hija de un elfo y una humana, que sus rasgos tendrían lo mejor de ambas razas; que su vida tendría fin, como la humana, pero con la sabiduría de los elfos. Seguía diciendo que no eran guerreros, ni artesanos, que su habilidad era la literatura y el cuidado de la naturaleza. En ese momento llegó la hermana de Andara y, sorprendentemente, siguió leyendo: la elegida portaría una señal en su brazo. Una señal invisible a los ojos que sólo podría verse cuando el primer rayo de la luna élfica se reflejara en una cascada de agua pura y cristalina e iluminara el brazo derecho de la elegida.
Sabía dónde encontrar el sitio. Soñaba a menudo con él , con l a cascada sagrada bendecida por los elfos en la primera era, la de los Bosques. El agua era cristalina y, cuando caía desde la cascada al lago, su sonido era igual al de los cantos de seres limpios que ya no existían. Esa agua daba lugar a la más bella vegetación. No sé cómo pero sabía que si un corazón impuro bebía de esa agua quedaría convertido en un espíritu del bosque para toda la eternidad.
Partimos raudos sólo dirigidos por mi instinto. Aquella noche habría luna élfica.
No sé cómo pero llegamos y el lugar era aún más bello que el que veía en mis sueños. Nos acomodamos en una roca, a la orilla del lago y esperamos, esperamos mucho tiempo, toda la noche. La luna se iba metiendo y apenas quedaba tiempo para el milagro.
Andara se echó a llorar. “No conoceré mi pasado, no conozco mi presente y no creo en mi futuro.” Yo la intentaba consolar, pero sus sollozos lo impedían: “pensé que podría ser útil para alguien pero no es así, no sirvo para nada”. Secó sus lágrimas en el brazo y entonces, instantáneamente, unas marcas de luz comenzaron a brillar. ¡Claro, la luna estaba en sus ojos, el agua pura eran sus lágrimas!
No tardé en traducir las marcas: se trataba de un lema escrito en renaro: La elegida por la luna élfica salvaría el corazón de los tres reyes.
No había duda: Andara, mi prometida, era La Elegida.

 

Nirval, la ciudad de oro


Cuando regresábamos sufrimos la emboscada de una mandada de orcos, suerte que llevaba mi vieja espada además Andara era una excelente luchadora. Resistimos la embestida peleando por nuestra vida pero, en un momento vi por el rabillo del ojo que un fiero orco estaba a punto de matar a mi prometida. Corrí hacia ella como un loco y conseguí interponerme entre la espada y el corazón de mi novia. Sentí el filo en mitad del pecho pero, afortunadamente, el acero no había tocado ningún órgano vital. Me levanté con rabia y le corté primero el brazo y después la cabeza.
Luego me desmayé.
Lo siguiente que recuerdo son susurros y mucho frio. Me despertaba levemente y volvía a caer en el sueño. Hasta que un día abrí los ojos y me encontré en una hermosa habitación con un gran ventanal cuyas vistas daban a un rio y a una ciudad de oro y mármol.
Aderno entró en la habitación.
―¿Cómo te encuentras?
―Bien…¿dónde estoy?
― En Nirval, la ciudad de los elfos nirvanos.
― ¿Qué ha ocurrido?
― Nos trajeron aquí tras el ataque de los orcos. Dicen que habrá una gran batalla y que si no liberamos a los tres Reyes el ejército aliado será devastado por los Orcos, los Renegados y los Mortuos, además de Cemsuhv, la bestia de fuego, odio y miedo.
― ¿Qué vas a hacer?
― No lo sé, pero sí sé lo que vas a hacer tú: te llevaré de vuelta a casa.
― ¿Dónde está Andara? ¡Quiero verla!
Al tratar de incorporarme, la herida, aún abierta, dolió de forma que caí en la cama.
― No te fuerces, estás vivo de milagro.
― No fue milagro, fue el destino quien no quiso que muriese. Y mi destino me obliga a decidir. No voy a acompañarte.
― Te llevará al menos dos meses recuperarte del todo. Aprovéchalos y estudia. Debes conocer la magia élfica que cura, la herrería de los Enanos y el valor del ser humano. Yo no puedo hacer más por ti que permitir que la herida te deje mover, tienes que ser tú y la magia quien la cierre del todo. Pero no puedo evitarte el dolor.
En cuento pude mantenerme en pie salí a buscar al rey de los Elfos. Recorrí pasillos y pasadizos y, cuando me quise dar cuenta, me hallaba perdido en aquel magnífico palacio. Llegué a una sala llena de armas y armaduras. En el centro había una tumba con una inscripción grabada. Y una estatua. Un elfo apareció a mi aldo.
― ¿Te gusta la estatua?
― Es bella. Quisiera saber qué dice la inscripción, ¿podrías decírmelo, por favor?
― Sí, dice “Aquí se alza la tumba de Alaros, caballero del viento, héroe de la guerra de las mil noches”
― Así se llamaba mi tío, murió en la misma guerra.
― Casualidades únicas, un nuñoz que ha venido con la Elegida tiene un familiar con el mismo nombre que el héroe. Por cierto, no me he presentado: soy Elendor, hijo bastardo de Kuturos, el señor corrupto del Bosque Negro.
― Yo soy Balaro, hijo de Banaro.
― Elendor, Balaro, acompañadme.
Esas palabras fueron dichas por el gran Elfo Shurkumon que nos hizo seguirlo por un largo corredor de oro y cuarzo hasta una gran sala con un árbol dorado en el centro. Alrededor se hallaban un enano, diez hombres, quince elfos…y Andara acompañada de su hermana.
Se trataba de una reunión para decidirse sobre el futuro de los reinos Renaros, sobre si mandar a un gran ejército o a un pequeño grupo. Pasaron horas y el cansancio y la debilidad me desvanecieron de nuevo.
Me desperté con las palabras “Andara debe ser entregada a los tres Reyes”
― ¡No! Debe de haber otra forma de entrar sin ponerla en peligro.
― ¿Acaso conoces otra entrada?
― No, pero la buscaré. La buscaré todo lo que mis huesos aguanten.
― No hará falta. Aquí estamos dos que conocemos un pasadizo por el que podríamos entrar sin ser detectados.
― Ese pasadizo está infectado de sombras, ¿estás seguro?
― Sí, Glorkin, es la única entrada sin vigilancia.
― Entonces decidido― sentenció el Gran Elfo―Iréis vosotros tres: Elendor, Glorkin y Andara.
― Yo también iré― grité.
― Eso no lo decides tú.
― Tus órdenes no me importan. Iré.
― Vendrá con nosotros quieras o no― dijo Andara.
Los tres se pusieron de mi lado. Me dieron un arma y anunciaron que partiríamos al día siguiente.
Pasamos el resto del día con tranquilidad, pero al llegar la noche, mientras trataba de dormir, sentí una espeluznante presencia a mi lado. Abrí los ojos y vi un putrefacto cadáver frente a mí y blandía una espada.
Me atacó con una impresionante fuerza y agilidad. Era un ser muy poderoso. En la lid consiguió quebrar mis dos espadas sin dificultad alguna. Pensé que había llegado mi fin, perro en el peor momento una flecha le atravesó el cráneo. Soltó su arma y con ella misma le rematé. Al caer se desprendió de su ropaje un medallón con un retrato. Lo cogí. Era el retrato de un niño. ¡Era mi propio retrato!.
Mil cuestiones se agolparon en mi cabeza: ¿Quién era? ¿Por qué tenía mi retrato?. Las preguntas se esfumaban y aparecían otras: ¿Ese cadáver podía ser mi tío, aquel héroe legendario? ¿Por qué me quería matar?
Cuando llegaron los demás seguía con las dudas , arrodillado ante el cadáver.
― ¿Quién era o qué era eso?
― El corazón me dice que mi tío, el héroe del viento. Y esa es su espada , la “hoja de los sombras”
― pero…
― Así es― dijo una voz desconocida― Me presento. Soy Galandor, el paladín del bosque.
― Mucho tiempo ha pasado.
― Desde su entierro. Ahora idos a descansar, nos espera un largo viaje.
Aquella noche Andara compartió habitación conmigo. Solo ella pudo hacerme dormir.

 

El viaje

 

Galandor decidió acompañarnos. El Gran Elfo me entregó una espada, Balcirita, para compensar las mías rotas por el ataque de la noche anterior.
Partimos hacia tierras Renaras.
Los días pasaron, largos y difíciles. Nuestros vínculos se fortalecían con cada victoria contra patrullas orcas, que no dejaban de hostigarnos. Nada fuera de lo común pasó hasta que llegamos a la ciudad abandonada de Markustoros, donde decidimos acampar. Los orcos no se acercaban a las ruinas pero les veíamos a lo lejos, no nos preocupaban. Pero, al irnos a dormir, una extraña risa sonó en nuestras mentes. Intentamos levantarnos pero algo nos sumió en un sueño profundo, en el quer todos nos veíamos sometidos a la voluntad de la bruja Suneima, en la misma pesadilla. Nos hablaba intentándonos sumir en la oscuridad, pero, al no conseguirlo, decidió dar cuerpo a todos nuestros miedos para destruir nuestras almas: el miedo de Gandalor al fuego del averno; el de Elendor a Shurkuman, el de Glorkin – qué sorpresa- a una mina; el de Andara a los Tres Reyes; el mío a perderla. Al final nuestra fuerza y unidad rompió el conjuro y conseguimos salir de la pesadilla. Al despertar, Suneima, agotada, no pudo poner resistencia a la espada de Gandalor y se desvaneció entre fuego y azufre.
Seguimos adelante. Primero los oímos: un estruendo originado por innumerables orcos y trolls, en formación de combate acercándose a nosotros con velocidad. Quisimos buscar refugio en la montaña, pero nos vimos rodeados. Nos superaban en número, pero no en valor. Era una lucha suicida, en total desigualdad, sin esperanza, pero, cuando se acercaba el fin, mi prometida invocó unas palabras en un idioma desconocido y, entonces la montaña se abrió y apareció una bestia a la que llamó por su nombre, Ancalagón, un ser entre humano, león y dragón que aniquiló a nuestros enemigos sin esfuerzo y después se desvaneció convertido en llamas negras. Pero a Andara el esfuerzo le quitó las fuerzas y cayó desmayada. Nada ni nadie conseguía despertarla, así que llevamos su cuerpo durante semanas hasta el único lugar en donde podrían ayudarla: la Ciudad del Bosque Gris.
Habitada por dos razas de elfos únicos, los nimbios y los birdios, y estaba regida por la poderosa Galidaniar, la Gran Elfa Gris, de piel blanca y pelo negro, que ella mezclaba según su estado de ánimo. Galidaniar era hermana de Kuturos, el Elfo Negro, padre de Elendor, por lo que fuimos generosamente acogidos en su reino. Ella consiguió que mi prometida se recobrase y la advirtió del peligro que entrañaba invocar seres, algo que sólo ella, la Elegida, podía hacer.
Gracias a ellos, aprendimos, en corto periodo a descubrir y potenciar habilidades que ni siquiera conocíamos. Yo podía crear lobos oscuros, Glokin podía dotar a sus armas e una resistencia única…Andara aprendió magia élfica y a controlar la naturaleza: árboles, agua, viento…salimos de allí más poderosos pero ignorando que, en tierras renaras unas maléficas criaturas estaban siendo recreadas para aniquilarnos uniendo lobos, dragones, elfos oscuros con el poder del ojo de la noche. Se llamaban Terminios.

La batalla de Tarandor
Llegamos a la ciudad fronteriza de Tarandor, la última antes de entrar en las tierras Renaras. En Tarandor, la ciudad sin ley, estaba permitido estafor, robar, secuestrar y asesinar. Queríamos descansar unas horas, ese era nuestro plan, pero al anochecer llegaron los Terminios en nuestra búsqueda y para encontrarnos devastaron toda la ciudad. Les capitaneaban tres: Bladork el Sangriento, Kateos el Loco y el más fuerte y poderoso de todos, Baldecor, el asesino del gran rey soldado Galdunor, que había sobrevivido a todas las batallas no así sus tres hijos.
El combate contra estos tres terribles criaturas duro tres días y tres noches. Con gran dificultad y muchas bajas a nuestro alrededor, conseguimos retenerlos sin que traspasaran lo que quedaba de muralla de la ciudad. Yo contenía a mi prometida para que no usara su conjuro, pues resultaba demasiado peligroso el sacrificio pero nuestras fuerzas, muy mermadas, apenas podían contener las armas.
Entonces ocurrió: Galandor formuló unas palabras en una lengua perdida hacía eras, tras ellas se transformó en metal siendo su brazo una espada.
Andara lo comprendió: la tomó y la levantó: un haz de luz blanca envolvió a los Terminios y los convirtió en humo. Todos sucumbieron excepto los tres capitanes, aunque muy debilitados. Aún así, el combate duró tres largas horas. Andara y Glokin derrotaron a Bladork el Sangriento; Elendor y Ankaros vencieron a Kateos y yo luché, luché y luché contra el terrible Baldecor, cuya visión abría de nuevo la herida que nunca terminó de curarse. Sólo la ayuda de un encapuchado consiguió que el malvado ser mordiera el polvo, ya herido de muerte.
Entonces me miró con maldad infinita y me habló:
― Llevas contigo la maldición, nunca conseguirás tu propósito y será tu propia mano la que termine con la Elegida. No venceréis, jamás acabaréis con los Tres Reyes.
Murió dejándome lleno de dudas… ¿Serían ciertas sus palabras?, ¿el legado de mi tío sería mi perdición? ¿Qué sería de mi prometida? ¿cuántos enigmas tendría que descubrir hasta conocer la Verdad?
Quedaba mucho camino por recorrer.